Alexander S. Neill dijo:
Nunca he vuelto a conocer a nadie tan relajado. Su cuerpo estaba siempre relajado, pero su espíritu no descansaba jamás. Sus conversaciones giraban siempre en torno a su trabajo, y sólo desconectaba totalmente cuando íbamos al cine en Rangeley. Le gustaban todas las películas, cuales fueran, y una tarde que fuimos al cine y vimos una película que me pareció mala, se enfadó conmigo porque dije que no me gustó. Pero sin embargo era tan bondadoso con la gente. Uno de sus dichos era: Todo el mundo tiene algo de razón. Tenía un temperamento irascible, y tampoco trataba de ocultarlo o reprimirlo. Pero al mismo tiempo tenía la maravillosa capacidad de ser gentil y cariñoso.
No le daba ninguna importancia a su aspecto. Solía llevar un chalequillo de lana a cuadros (a mí me compró tres, a los que les tengo mucho cariño). Pantalón de mezclilla y una camisa abierta completaban su atuendo. Nunca vislumbré en él ni el más mínimo rastro de exhibicionismo. Era muy bondadoso e indulgente, pero muy reacio a los tontos. Los presuntuosos le sacaban de sus casillas y cualquier señal de hipocresía o de falta de sinceridad le hacían hervir la sangre.
Cuando en los años 1947 y 48 paseábamos por los bosques de Maine, a veces se quedaba parado y me lanzaba la pregunta:
Neill, ¿crees que estoy loco?
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